Ichick Ollkjo

Las figuras de duendes y seres mágicos son innumerables en nuestros pueblos andinos. El más destacado en la provincia Huaylas, sin duda es el «Ichick Ollkjo», mito rescatado en el año 1950 por el escritor César Augusto Ángeles Caballero en su libro: «Rumor y aroma en las leyendas y tradiciones de mi pueblo».

La superstición se mantiene latente en la población indígena y a través de ella se han tejido cuentos y fantasías sobre un particular duende.

La población urbana y rural aún describe al «Ichick Ollkjo» como un ser pequeñísimo, casi espiritual y que no todos los seres humanos podemos verlo; ni se presenta a toda persona que desee conocerlo.

Cómo es:

Sus cabellos se igualan a hilados de finísimo oro, de un color tan brillante que parecen la ondeante llama de una fogata. Su cuerpo esbelto y vivaz, de andar ágil y gracioso, mirada inquieta y penetrante.

Lleva casi siempre un tamborcito, semejante a la roncadora; instrumento que toca en las orillas de los manantiales y arroyos, el que sirve para encantar a las criaturas y personas (sobre todo mujeres hermosas) que caminan cerca de él.

Y es que, específicamente, vive debajo de las caídas de agua de un arroyo o manantial. Quienes lo siguieron (poseídos por su encanto) cuentan que el «Ichick Ollkjo» construye hermosos palacios cubiertos de joyas y piedras preciosas.

El mito:

Hace ya mucho tiempo, una mujer joven y hermosa fue por agua a un manantial cercano, y cuando allí estuvo llenando su cántaro, apareció repentinamente un ser muy pequeño, en apariencia un niño rubio y muy encantador; le contó que allí cerca tenía un lujoso palacio, al que la llevaría si ella lo consintiera.

La joven al aceptar la propuesta, recibió como obsequio unas cuantas joyas preciosas. El encantador «Ichick Ollkjo» pidió no contar a nadie lo sucedido y que vuelva al siguiente día, a la misma hora, para cumplir la cita. La joven algo recelosa recibió el regalo y lo guardó sin avisar a su esposo.

Llegó el nuevo día, con miedo de volver al manantial dudó cumplir con el pacto, pero resolvió acudir por la curiosidad de saber quién era aquel niño misterioso. Llegó apresurada, muy fatigada con el corazón en extremo palpitante. El «Ichick Ollkjo» ya la esperaba un tanto confundido por la demora. No había marcha atrás.

El esposo desconsoladamente la buscó por senderos y parajes desolados. Llevaba tres días desaparecida. Indagó con parientes, amigos, vecinos del caserío, pero ninguno proporcionó información, ni razón.

Los días pasaron y ya resignado, el esposo se hallaba trabajando la tierra fecunda y herencia de sus antepasados. Para calmar su sed acudió a beber agua al manantial; de pronto, desde lo más profundo del interior escuchó el sonido de un tambor. Quedó atónito, le invadió el temor y también la sospecha.

Horas después regresó al manantial cuando la luna llena bañaba de plata el caserío. Ya cerca distinguió a la joven que salía de las ondeantes aguas del manantial, acompañada de un niño con brillante cabellera dorada.

Continúo escondido, observaba asombrado cómo paseaban por las orillas. Se deslizó entre los árboles soñolientos y los sorprendió. El «Ichick Ollkjo» se esfumó instantáneamente sin dejar rastros, mientras la joven increpaba por la forma de proceder, pues la emboscada causó la irreparable pérdida de una gran fortuna.

La noticia de la reaparición convocó a parientes y vecinos para escuchar a la mujer secuestrada. Ella, serenamente describió palacios encantados, perlas y joyas preciosas, y a qué sabían los exquisitos potajes y manjares.

Narró sobre los paseos nocturnos en medio de mil luces brillantes semejantes a los colores del arco iris que solo ellos podían apreciar. Su ánimo y tono de voz cambiaban al comparar aquel lugar y el encontrarse nuevamente en su caserío.

Veloz pasó el tiempo y la joven dio a luz un niño de tez blanca, muy blanca y de rubia cabellera. No faltaron los múltiples comentarios, como es costumbre hasta hoy en familiares y vecinos, señalando que ese niño era hijo del «Ichick Ollkjo».

De pronto, sin más noticias, la familia desapareció del caserío y desde aquella época las mujeres tienen miedo, mucho miedo de aproximarse a los manantiales, donde creen vive el «Ichick Ollkjo”.

Cuentan además que el «Ichik Ollkjo» atrae a niños, los rapta y convierte en otros tantos «Ichick Ollkjos». Es la razón por la que las madres no permiten que sus hijos se acerquen a los manantiales.

Imagen: Pintura de Victor Milla Cruz.
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