El pueblo perdido

Adopta Cultura

Conoce este proyecto y apoya

Hurgamos en los 11 tomos de la colección del semanario La Prensa de Huaylas, publicado entre los años 1893 a 1921, y encontramos interesantes artículos del filólogo alemán José Kimmich.

Él escribió sobre arqueología, mitos, leyendas, costumbres y demás historias relacionadas a los distritos Caraz, Huaylas, Mato y Santa Cruz.

En este artículo compartimos una de sus crónicas llamada Maravillas arqueológicas en Santa Cruz:

Apra

Un kilómetro más allá del Posento está Apra, pronunciación india de la palabra castellana “abra”, pues ahí juntito a Apra, al lado oeste un abismo horroroso, muy ancho y tan profundo que a un hombre le podría dar vértigo solo al mirar abajo: tiene por lo menos una profundidad de 600 metros, por consiguiente, la palabra no es ni aymara ni quechua como algunos suponen.

Vestigios en Apra

Existen allí cuatro casas largas de tamaño de 20 a 60 m. de largo y 4 m. de ancho, con murallas exteriores comunes, siendo el interior de estas casas subdivididos en 4 o 6 cuartos apartamentos. Hay algunos nichos adentro, pero no se ven repisas, y la altura de las murallas no tiene sino 2 m.

Allí se abrigaron según mi opinión también un piquete de soldados, o sea una pachaca.

Al lado este de las cuatro casas largas hay un centenar de casas, ya completamente destruidas, del estilo de los extramuros del Posento.

Entre Apra y Posento se encuentra un cerro llamado Apracoto, bastante alto, que por sus muchas hileras de andenes muy altos ofrece la forma de una pirámide, en su cima sostiene el Coto (muchas casas destruidas de estructura ordinaria).

En el interior de este cerro, dicen, que hay un subterráneo “largo”, sin embargo, que no tiene sino unos pocos metros de largo.

Al lado sur de la pirámide parece haber tenido un revestimiento de piedras un poco labradas, con mortero, que forma una bonita fachada como la de Incahuain cerca á Carás.

Encontré en Apra, una docena de morteros, todavía bien conservados, que descansan un “reposo eterno”, pues ninguna mano mortal ya los maneja.

Idelfonso Gadea, el anfitrión

No habiendo más objetos de interés que estudiar en Apra, nos pusimos a tomar un buen almuerzo, consisten en carnes de gallinas, vaca, queso, sobre todo un pan bastante mantecoso y excelente chicha, como lo sabe mandar preparar don Idelfonso Gadea M.

Vive allí en Santa Cruz, como un conde, una vida llena de goces tranquilos y sin bullicios, cuidando su salud, bañado sus pulmones en el aire fresco de la puna y llenando su estómago de manjares no adulterados, sabrosas y saludables.

El fiambre desapareció pronto en el abismo de nuestros estómagos, haciendo cada uno de nuestra compañía, a causa del hambre y del almuerzo algo tardío, un estrago furioso: comíamos como leones y chupamos como bueyes.

Siendo ya tarde, ya no querían los señores que me acompañaban, ir a Catiama donde se nos dijo que había también casas interesantes, no sabiendo, sin embargo, nadie en qué consistía el mérito de ellos.

Pero después de haber derrochado yo centenares de palabras de animación y persuasión, cedieron y acompañaron.

Tras una buena cabalgata de media hora en un camino malo y subiendo una cuesta bastante alta y escarpada, llegamos a un lugar, cuya mirada merecería la más grande fatiga y el más rico sudor”.

Notas del segmento Patrimonios:
  • Sólo aceptaremos los comentarios que tengan relación con el contenido de la publicación. No están permitidas las agresiones verbales, ni opiniones que inciten conflictos o acciones violentas.
  • Si deseas agregar o corregir algún dato de este patrimonio, contáctanos.
  • Este artículo forma parte del proyecto Adopta Cultura. Aún no tiene adoptante.

Apoya este proyecto para más y mejor contenido cultural.

Resalta y difunde cultura.