Debajo de un nevado, los dioses otorgaron a Yuracmarca una ciudad encantada aún existente llamada Yaynu, que significa grandeza y abundancia.
La ciudad depende de Kuchipiyu, una hermosa ave que en su pico lleva una hoja que ablanda las rocas más duras.
Yaynu tiene hombres sabios y con poderes capaces de construir infranqueables fortalezas de piedra, y mover las nubes más densas a la costa del distrito.
La ciudad está rodeada de un paraíso que provee a sus hombres, además, riqueza natural con la condición de quererla, preservarla y protegerla.
Sin embargo, el inicio de la evangelización en los pueblos indígenas del Perú fue abrupto, pasó por la necesidad española de recaudar tributos.
Esa necesidad económica los obligó a destruir rastros físicos de costumbres y rituales nativos, para dar paso a los símbolos cristianos.
Así, cuando llegó un sacerdote español a celebrar la primera misa en Yuracmarca, la tierra rugió y se estremeció de tal manera que tragó todo cuanto había en la superficie.
Sin embargo, Kuchipiyu logró proteger Yaynu con una capa densa de pastos, árboles frutales y totorales.
Las noches de luna nueva
Los hombres sabios de esa ciudad magnífica suelen salir a la superficie cubiertos de nubes en las noches de luna nueva.
Visten ponchos negros, sombreros de lana, ojotas de cuero, látigos para juntar sus rebaños y en sus pechos portan hondas tejidas.
Los abuelos de los abuelos yuracmarquinos sabían del camino a Yaynu, pero no solían difundir o contar el secreto para evitar que el Supay o demonio lo oiga y vaya a destruir la ciudad.
Este hermoso mito fue rescatado de la tradición oral en 1985 por Francisco Carranza Romero con el título El retorno del Yaynu, en el libro Mitos, tradiciones y otros relatos andinos.
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