Los cuentos de doña Baucis

Se trata de una pareja de ancianos, doña Baucis y don Filemón, dueños de la única chichería y chochería de villa Sucre (distrito Mato). En aquella época eran conocidos y muy queridos por su alegría y trato ameno.

A finales de 1919 y hasta el segundo mes de 1920, el arqueólogo José Kimmich llega a Sucre y de inmediato crea amistad con la pareja de ancianos que lo atendían en sus comidas diarias.

El visitante alemán logró interesarse por los relatos extraordinarios de doña Baucis, que replicaba sus vivencias y todo lo que según ella escuchaba a su clientela.

De todas las fabulosas historias que narraba con lujo de detalles, dos dejaron fascinado al alemán, que lo llevaron a realizar y encargar ciertas pericias científicas:

Aceite del diablo:

Doña Baucis, afirmaba que antiguamente los matinos alumbraban el templo de San Jacinto con aceite que hacían desde “el mortero del diablo”.

Kimmich de inmediato inició su investigación y descubrió que en dicho templo había un mortero ceremonial tipo Chavín, que llevaba tallados a los conocidos pumas.

El mortero era usado por los sacerdotes españoles para representar la dualidad religiosa andina y española, pero en él no se elaboraba aceite, sino era usado para los bautismos.

Los excrementos del Ichic Ollko

Es quizá el relato más fantástico de la carismática anciana. Ella afirmaba que logró escapar del famoso Ichic Ollko o duende ancashino.

El Ichic Ollko, anotó el arqueólogo, solía vivir por los arroyos o fuentes de agua como el Trapiche, que estaba dentro del fundo de Roberto Escudero Velis.

El duende era descrito como un ser de un metro de estatura (algo más alta que otros relatos) de cabello y piel dorada, “su cabello le da hasta su cintura y adelanto está calato… grita como un chancho lichón: huichec, huichec”, transcribió el alemán en su diario.

Dicho duende era odiado por su predilección a “las mujeres de 15 años, las casadas y horradas”, a ellas les ofrecía libras de oro para llevárselas a su mundo. Las que no aceptaban, eran tomadas a la fuerza y muy pocas lograban librarse de él.

Como prueba de la grave denuncia al duende andino, la anciana afirmó a Kimmich que el Ichic Ollko solía dejar sus excrementos en las laderas de las acequias.

Encontrar dicha prueba era muy fácil, según doña Baucis, pues la “caca del duende” era dorada como buñuelos, dulce y fragante como los hongos silvestres.

Tal fue la emoción de José Kimmich que encargó a algunos peones del Trapiche e incluso a Roberto Escudero buscar la contundente prueba para realizar sus estudios.

Pasó el tiempo y el alemán tenía que partir, los peones no cumplían su misión y por eso encargó remitir las pruebas ofrecidas a su alojamiento de Lima.

Pasaron varias semanas y al no tener respuesta el alemán, muy incómodo por la demora, envió una carta pública a través del periódico “La Prensa de Huaylas” que decía:

“Respetado señor Escudero:

Desde hace semanas estoy esperando la preciosa “caca”, es decir, no la de usted mismo, sino la del famoso Ichic Ollko para hacer un análisis ciéntífico”.

La reveladora prueba de doña Bausis, al final, se trataba de un hongo que aparecía solo con las lluvias de diciembre al pie de los árboles de alisos.

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