La petulancia del corregidor

Es común en nuestras ciudades o pueblos que algunas autoridades muestren vana y exagerada presunción, o en pocas palabras: Petulancia. Es el caso del corregidor Bartolomé Silva y Andrade.

El general Bartolomé, en 1734, ya era corregidor de Justicia Mayor de la provincia Huaylas, que no solo creía representar y conocer a virreyes del Perú, sino al mismo rey Felipe V.

Aquí algunas referencias anecdóticas junto a chascarrillos de la época que lo describían.

El origen del odio

No era solo odiado por pobladores, sino por sacerdotes del monasterio de San Lorenzo de Escorial; pues el corregidor se apropiaba de todas las rentas de su jurisdicción y no los compartía.

Pero el odio no era gratuito ni por orden social, resulta que el monasterio poseía gran parte de encomiendas o propiedades a lo largo del Callejón de Huaylas y no beneficiaba a su economía.

Esa inconveniencia llevó a la iglesia católica a quejar a Bartolomé Silva ante el nuevo virrey José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor.

Hecho que complicó las relaciones políticas y judiciales entre ambos entes, pero más complicó a los olvidados y postergados campesinos y esclavos de la época con mayores cobros y castigos.

“Hizo un retrato un pintor

y le puso orejas de lobo,

y todo el pueblo a una voz dijo: es el vivo retrato

del señor corregidor.

Yo quise pintar un pintar un lobo,

el artista contestó.

Pero el pueblo respondía,

ese lobo es el mismo,

el mismo corregidor.”

Discusión divina

Un recuerdo de esa pésima relación entre el clero y los españoles ocurrió en 1734, exactamente un 10 de octubre cuando el sacerdote Joaquín Larrea salía de su iglesia muy preocupado y con prisa.

El padre Larrea, por premura, trepó rápidamente su carroza llena de alforjas e iniciar un viaje largo, sin percatar la presencia del corregidor Bartolomé en la acera contraria.

Bartolomé, que iba junto a cuatro oficiales españoles de alto rango, no recibió saludo alguno del sacerdote y tomó el hecho como una falta grave y llamó fuertemente la atención del sacerdote.

Las explicaciones del sacerdote no calmaron el mal humor del corregidor. Solo produjo un fuerte intercambio de palabras entre ambos personajes:

“Poco faltó al cura

en esa infeliz mañana,

para sacarse la sotana

y acabar con la lisura”.

El corregidor aprovechó la oportunidad y llevó al padre Larrea a un juicio eclesiástico en el Santo Oficio de la Inquisición y de la Santa Cruzada.

El juicio tuvo tal formalidad que ambas partes presentaron testigos y alegaron jurídicamente posturas frente a un juez, un escribano real y un notario público.

El memorable juicio fue a favor del corregidor Bartolomé Silva. El sacerdote fue enviado a las mazmorras del convento de la Recolección de Huaraz.

Así, el casó llegó hasta el arzobispo de Lima, Francisco de Escandón. Bartolomé nunca perdía.

Notas del segmento Anécdotas:
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